Aquí era lo de Vicente, difícilmente salgas de aquí sin lo que buscabas.
Desde un trozo de queso fresco, la tuerca que ajusta el bolillero, una lata de dulce de batata que come el abuelo o la levadura que hace inconfundible la torta de mamá.
Si no tenías dinero se pagará luego, lo anotamos en la libreta o simplemente recurrimos a la memoria de elefante de Don Alvarez.
Era el lugar de encuentro, donde se juntaban los chacareros de la zona que hacían sus compras del mes, donde se contaban los kilos que le rendiría por hectárea la cosecha o donde se corrían carrera en cual de sus porteros había llovido más.
Los niños hacían rápidos sus deberes porque irían a comprar y era inevitable gastar el vuelto en un surtido de caramelos masticables.
De olores fuertes a madera lustrada con productos de campo, de persianas chillonas que anunciaban que abrió Vicente, de litros de nafta con kilómetros de campo.
Será por siempre lo de Alvarez, donde más de una vez se dio lo que no se tenía y se ayudó al que andaba justo de efectivo.
Afortunado de fotografiar esta hermosa casa, en un pueblito llamado Anchorena, en tierras Pampas.